Que de los errores se aprende, es algo que ya todos sabemos, aunque ello no significa que no seamos capaces de volver a cometerlos una vez tras otra... ya sabéis, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Que incluso de la peores catástrofes siempre hay alguien que sabe sacarles partido, también es algo que muchos de nosotros sabemos y que parece ser hasta inevitable.
Sin embargo, lo que no es tan conocido es que el que los científicos, los profesionales y finalmente el resto de sociedad podamos aprender, aplicar lo aprendido y beneficiarnos de algunas de las desgraciadas consecuencias de estas catastrófes. Y esto es lo que me lleva a hablaros de la contaminación radiactiva, consecuencia entre otros, de algunas de los peores desastres de la historia siempre relacionados con el empleo de la energía nuclear, como Hiroshima, Chernobyl o, más recientemente Fukushima.
Es un hecho que de la monitorización de la contaminación radiactiva aprendimos y seguiremos aprendiendo mas sobre las corrientes de circulación de nuestra atmósfera y de nuestros oceanos, lo que sin duda contribuirá a un mejor conocimiento del nuestro planeta y nos ayudará, por ejemplo, a prever la circulación de estos contaminantes en el próximo accidente nuclear, ironico ¿no?.
Simulación de nube radiactiva de Fukushima
Pero estas enseñanzas son para los que disfrutan con la “física de la atmósfera” y yo particularmente, tuve muchas dificultades con esa asignatura durante mis estudios universitarios. Pero lo cierto es que los geólogos también podemos utilizar la contaminación radiactiva como herramienta de trabajo, en particular, en lo que concierne al estudio de las aguas subterráneas. Veamos como.